Espíritu de Juanito, espíritu del Minuto 93

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El Real Madrid juega una eliminatoria cualquiera de una competición que tenga formato de Copa. La ida es fuera de casa. Los blancos pierden 4-0, arrollados, arrasados, humillados. Desde el mismo instante en que pita el árbitro, la afición madridista se resigna. «Se ha acabado un ciclo». «Hay que echar al entrenador». «Que dimita el presidente». «Los culpables son Fulano y Mengano, que no corren». El club, carcomido por una afición aterida, tampoco mueve un músculo. Al partido de vuelta acudirán 50.000 espectadores con suerte, será un trámite y adiós competición.

Cualquiera que haya leído el primer párrafo sabe que eso no es más que ciencia ficción. Porque todos los clubes del mundo harán lo que ahí ha quedado escrito, salvo uno. Curiosamente, el mejor de todos ellos, el más singular, el que nunca se rinde, el que sin necesidad de eslóganes tribuneros nunca deja de creer (aunque nunca será un creído). El de las remontadas. El del Espíritu de Juanito, una de las piedras angulares (y singulares) de ese club tan especial, tanto que nada podrá estar a su altura nunca. El mismo espíritu que impulsa a Ramos (o a quien sea) a marcar en el minuto 93.

Pues resulta que el Espíritu de Juanito, elegida la figura de Juan Gómez como el símbolo de que aquí no se bajan jamás los brazos, es, ni más ni menos, que madridismo, en vena y sin edulcorar. Invocar al espíritu de Juanito no es más que creer ciegamente en que sí que sí, que en el partido de vuelta se van a alinear todos los astros y el que va a pasar, ¿pero cómo no va a pasar, alguien osa tener dudas?, es el Madrid. Con un 4-0 o con un 77-0 en contra. Con una plantilla de jugadorazos o con deshechos de tienta. Y no sólo se va a clasificar, sino que van a sobrar goles. Un par de ellos, que tampoco somos de abusar.

Las tertulias entre amigos se llenarían de cábalas sobre en qué minuto deberían llegar los goles para culminar la remontada. «Es vital marcar dos en la primera media hora», dirían unos. «Al descanso llevamos los cuatro ya, pero habrá que hacer otros dos porque estos en la segunda parte nos marcan», asegurarían otros. Habría que hacerle un corteo al autobús del equipo. Y un mosaico feroz. Y un llamamiento para que el Bernabéu fuera un infierno (deportivo, pero infierno) para el adversario.

Y el mundo seguirá girando, claro que sí. Y al Madrid lo mismo le eliminan, y acaba palmando la vuelta y todo, sin olerla, por un rival superior. Pero esos días que transcurren entre una derrota escandalosa y la vuelta, esa efervescencia desatada, ese creer como nadie jamás creyó en otra cosa, esa seguridad pasmosa en esos chicos que visten de blanco, es algo que sólo tenemos nosotros: los del Madrid. Y eso es lo que estaríamos pensando, todos, si hubiéramos perdido 4-0 con el PSG este martes. Porque a esos les remontamos, no salen vivos del Bernabéu. ¿A que no?

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Yo vi jugar a Del Bosque, así que llevo unos cuantos años yendo al Bernabéu. Socio desde 1986, mis recuerdos van ligados al Madrid del Di Stéfano entrenador, el de los cinco subcampeonatos, que me forjó en madridismo ante los malos tiempos, y al de la Quinta del Buitre, la poesía y las pelotas hechas fútbol. Desde 1996 dando la barrila en esto del periodismo deportivo, aunque hace años que es mi hobbie y no mi profesión.