Bale, quédate ahí. Sí, justo ahí. Pegado a la línea de cal. Sin moverte. Cuando cojas la pelota, no la sueltes. Ahora ya la tienes. Sigue. Un poco más. Más. Ya casi lo tienes. Vale. Ponla en el área. Ahora sí. ¿Ves? Acaba de marcar el Cristiano de turno gracias a ti. Una jugada tan simple como eficaz. Tan eficaz como antigua. Tan antigua como bonita. Un extremo rápido, jugando por la banda de su pie bueno, llega a línea de fondo y teledirige un balón para que el que pase por ahí, aunque sea de casualidad, no le quede otro remedio que empujarla. Y fueron felices y comieron perdices.
En esta vida, en ocasiones, nos complicamos demasiado. Desconozco si lo hacemos por necesidad, para aparentar más de lo que parecemos o simplemente porque queremos autoconvencernos de que somos algo mejor de esa cruda realidad que nos devuelve el reflejo del espejo. Bale, con unas condiciones físicas sobrenaturales, sigue siendo el mejor haciendo exactamente lo mismo que hacía en el Tottenham cuando jugaba de lateral izquierdo: aprovechar su potencia para explorar la línea de fondo y, antes de perderse ahí, entregar la pelota a esos jugadores que mantienen idilios tan pasionales con el gol para que mantengan viva su llama del amor particular.
Siempre he pensado que el fútbol es más fácil de lo que parece y, sobretodo, que lo que funciona no debes cambiarlo nunca. Pase lo que pase. Exijan lo que exijan. Se pite lo que se pite. Al final, solo hay una historia y esta se repite en cada partido: si entra la pelotita, adiós fatiguita. ¡Ah! Y se tarda mucho menos en hacer una cosa bien, aunque solo sea una, que en explicar por qué se hicieron mal todas las que intentaste aun sabiendo que el resultado quizás no iba a ser el deseado. Así que Bale, quédate ahí, justo ahí, pegado a la línea de cal, ¡porque da gusto verte! Ya tendrás tiempo de que el Bernabéu te lo valore. Todo llega.