Cuando termina un partido del Madrid, apagas la televisión y te das cuenta de que tu equipo no ha merecido ganar, ¡que a nadie se le ocurra darte las buenas noches! Así nos vamos hoy a la cama, mosqueados. Mosqueadísimos. Es evidente que nos enfrentábamos a un equipo que merece estar en la Champions y que la competición merece tener. Hoy lo ha demostrado con creces, pero esa sensación tan amarga que provoca ver a tu equipo que solo es capaz de llegar al 50% de su nivel, es más desagradable que recibir una bocanada de humo en la cara.
Un partido en el que brillan los porteros siempre deja un regusto raro, pero solo un imbécil daría la espalda a la única realidad palpable de esta noche: los dos guardametas han estado brillantes. El Madrid estaba sacando las uñas ante la meta de Lloris, pero lo hacía sobre un hilo extremadamente fino que sostenía Keylor Navas. Maldecíamos dedo a dedo las manoplas del francés, pero inmediatamente después rezábamos a todos los santos -del primero hasta el último- del costarricense. Del «¡Te odio!» al «¡Te quiero!». Del «¡Uy!» al «¡Ay!». Del «¡Ganamos seguro!» al «¡Árbitro pita ya!».
El equipo, en general, ha estado más espeso que un batido de adoquines. Un fútbol de los que se te «hace bola», indigerible. Aunque Zidane tampoco estaba por la labor de evitar que nos atragantáramos. Una vez más ha estado torpón con los cambios. No por dar a entrada a Lucas, sino por quitar al único que estaba tratando de despistar a los ingleses entre lineas: Isco. Además, también ha ignorado que Kroos estaba jugando con la bombona de oxígeno a cuestas tras el tremendo desgaste que ha hecho durante todo el partido.
Antes de viajar a Londres para disputar el decisivo encuentro -de nuevo- ante al Tottenham para ver quién se coloca en lo más alto del grupo, nos toca Eibar, Fuenlabrada y Girona, tres citas donde habrá el mismo romanticismo y la misma pasión que en ‘First Dates’: ninguna. Ahora bien, como no ensayemos en condiciones ante los cardos borriqueros, luego no podremos salir de Wembley con amapolas. Así que como diría un padre a su hijo: ¡apencar!