Estamos obligados a ir a esa fiesta. Si pudiéramos no estar, no estaríamos. Pero, repito, estamos obligados a ir a esa maldita fiesta. Se lo han ganado. Tienen derecho a hacerla en nuestra cara. Nosotros no. Eso sí, podemos intentar fastidiársela. Hagámoslo.
El Barcelona ha ganado la Liga sin perder ni un solo partido. Con Messi y Ter Stegen les ha bastado. Si fallaba el uno, aparecía el otro. Si no marcaba el chiquitín, paraba el del patinete eléctrico. Si el rubio no atajaba los disparos, el barbitas hacía que al portero de enfrente le acribillasen siempre un poco más. Y así hasta el día de mañana. El fin de fiesta. El fin de Iniesta.
Suplentes o titulares. Chulescos o dignos. Derrota o victoria. Ese es el debate del madridismo. El fútbol es morbo los 365 días del año. Desde un pasillo que no se hará hasta un once plagado de suplentes que Zidane jamás alineará. La prensa y las redes sociales están intentando calentar el Clásico con dos piedras. No llegan a tiempo para hacer fuego ni de coña, pero lo han intentado.
Robar los sandwiches de fuagrás. Esa es la cuestión. Plantarnos en su merecida fiesta e intentar que salgan con el estómago vacío. Es un duelo moral. El Barcelona quiere tumbar al Madrid para decirle «no me has ganado ni en tu casa ni en la mía» y el Madrid quiere ganar al Barcelona para decirle «eres mi vermut antes de Kiev». La razón la tendrá quien se tome más en serio el partido. De momento, parece que los de Valverde.
A los madridistas nos va la marcha. Este año el antimadridismo está haciendo más ruido de lo normal: patalea, llora y grita mucho. Con o sin razón, lo hace. Y nos divierte. Ahora bien, en temas de sentimientos y emociones no seré yo quien seque lágrimas. Pero si queremos juerga, la montamos en el campo. Con Cristianos y Ramos de por medio. Los Mayorales y Theos, cuando ganemos nosotros la Liga; cuando montemos nosotros la fiesta.