Les valía el empate, y Dinamarca y Francia firmaron un armisticio flagrante que sella para ambas selecciones su pase a octavos, los galos primeros y los daneses segundos. El partido fue, y eso que el Mundial es malo de solemnidad, un ladrillo de esos que al pasar por la garganta se te pegan y no bajan ni dejando seco un barril. Excepto dos o tres jugadas puntuales, tampoco excesivamente peligrosas, fue un solteros contra casados. Elijan ustedes, según los gustos, quiénes eran los disponibles.
Francia dejó desde el inicio a varios titulares de descanso, lo que provocó que Varane fuera el capitán de les bleus, todo un honor para el madridista. Pero más allá de eso, el partido tiene muy poca chicha que contar. Sólo hubo una falta digna de ser considerada como tal, y Jorgensen vio la amarilla por perseguir agarrando a Griezmann no fuera a ser que el del Atlético hiciera una gracia, en un encuentro de guante blanco.
Un disparo a puerta de los daneses y cuatro de los galos. Dos fuera de los nórdicos y seis de los de Deschamps. Schmeichel y Mandanda fueron dos espectadores no de lujo, porque no tenían silla ni un cátering con canapés y bebida fría, pero sí en un lugar privilegiado. El resultado era el que todo el mundo esperaba y eso pasó: empate. A aburrimiento. El biscotto más insípido del mundo.