Más les vale a los croatas armarse de paciencia, comprar un par de camiones de latas de atún (mejor en escabeche) y esperar la aparición estelar de alguna de sus estrellas, entre las que brilla con luz propia el Capitán Modric, el señor con nariz aguileña que lleva el dorsal 10. Croacia se mide a Rusia (20:00, Telecinco) en un cuarto de final de una Copa del Mundo de fútbol, no de baloncesto, y ya sabe lo que le espera: un muro.
Stanislav Cherchesov tiraba ayer balones fuera. Que si España juega a tener el balón y que defender en repliegue intensivo era la única forma de hacer algo, que si Croacia es distinto, que si tal y que si Pascual. Pero el balón, convendrán, lo van a tener poquito los rusos ante la indiscutible calidad de la selección croata.
Claro, que los que estamos curtiditos en esto de la vida sabemos ya de memoria que un equipo balcánico que tenga pinta de arrasar con todo a veces, claro, arrasa, pero otras veces se autodestruye porque la exacerbada competitividad de unos jugadores que cuando explotan al primero que no soportan es al que tiene al lado: a su compañero. Con tipos con el carácter de Mandzukic, Lovren o Perisic, mejor que las cosas no se le tuerzan en lo anímico a Croacia o el fantástico batallón que ha presentado Dalic para este Mundial puede quedarse sin suministros.