Madridistas maricones

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Guti
Jose Maria Gutiérrez, Guti
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«¿Ése? Ése es maricón». No sé cuántos millones de veces habré escuchado esa frase soltada por madridistas refiriéndose a jugadores de su equipo. Pero muchos millones, seguro. Por edad, mis primeras correrí­as por el Bernabéu fueron recién finiquitado el Madrid de los Garcí­a y antes de la explosión definitiva de la Quinta. Primeros de los 80. Ese Madrid que andaba a la deriva, que no se sabía si iba o si venía, estrangulado por la carencia de nuevas Copas de Europa en la sala de trofeos y aferrado al espí­ritu de las remontadas para ganar trofeos menores como la UEFA.

No viví pues las sonoras broncas a Velázquez, aunque Manolo me las haya contado en primera persona y él mismo, delante mío, se haya definido como «el Guti de los 60». Pero sí­ he vivido broncas monumentales a Juanito. Y otras a muchos otros jugadores. Y siempre la misma cantinela. «¿Ése? Ése es maricón».

Maricones madridistas. Para el sabio pueblo blanco, los genios son maricones diccionario blanco-español, IV edición. Maricón era Martín Vázquez, el primero al que ví­ con estos ojillos y escuché con estos orejos recibir ese insulto. ‘MariPili’ era maricón porque era un genio. Un genio que no se mataba más que cuando él pensaba que se tenía que matar. Un futbolista que tení­a más clase en una uña del pie que el 99 por ciento de los jugadores que han militado en este equipo desde su marcha. Un talento en estado puro. Un genio. Un maricón. Un mariconazo que se hartó de que el madridismo le pitara, le silbara y le humillara y, tras marcarse la temporada de su vida, se largó al Torino. Por maricón. Y yo he sido, soy y seré siempre de Martí­n Vázquez. Del jugador, no del comentarista.

Maricantón era también Mí­chel, claro, el heredero de los pitos y rechifla madridista cuando ‘MariPili’ puso pies en polvorosa. Mí­chel, Mí­chel, Mí­chel maricón. Bronca tras bronca, silbido tras silbido, pocos de los que vivimos en primera persona aquello nos olvidamos del dí­a en que, harto de estar harto, decidió largarse en mitad de un partido ante el Español, por aquel entonces con eñe. Como era maricón, no aguantó la bronca. Y yo he sido, soy y seré siempre de Mí­chel. Hasta del comentarista, pero no del entrenador.

También Fernando Redondo era un pobre maricón, con esos pelos y procediendo de una familia acomodada no puedes ser otra cosa. Mariconazo. El limpiaparabrisas argentino, le llegaban a llamar, criticándole porque sólo jugaba en vertical y nunca en horizontal. Blandito, insustancial, bronca que te crió. Claro, era maricón, pero se reconvirtió en Old Trafford, de tacón, de maricón a dios. Y yo he sido, soy y seré siempre de Redondo, aunque el mejor medio centro que he visto jugar de blanco en el Bernabéu se llamara Milan Jankovic, y de muy largo.

Y maricón es Guti. Mariconazo, el que se borra, el que no siente el escudo, el que no pelea, el que no sirve nada más que para encarecer la entrada más consumición del KuDeTa. El que se tira a todo lo que se mueve sea carne o pescado, el que juega al golf por tocar bolitas, el que se mosquea por ir perdiendo 3-0 en el descanso en Alcorcón, el que llega tarde a los entrenamientos, el que cobra por irse… Mariconazo. Pues yo he sido, soy y seré siempre de Guti.

Es más, ya le vale ir buscando al madridismo un nuevo maricón de entre lo que haya. Sin maricones no vamos a ningún sitio. Ponga un maricón en el equipo.