Los huevos de Zidane

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«Sabe de fútbol, siempre ha sabido marcar diferencias en las grandes citas y era un líder que se echaba al equipo a cuestas». No lo digo yo, no. Quién habla así de Zinedine Zidane es su antiguo compañero Fabian Barthez. Un tipo que, desde la portería, ayudó a que la selección francesa se proclamara campeona de Europa y del mundo en un exitoso ciclo cuya cabeza visible fue el ahora entrenador del Real Madrid. Aquel Zidane le dijo «sí» al rey de Europa como el niño que asiente con la cabeza y ojos emocionados cuando su padre le pregunta si quiere que los Reyes Magos le traigan un balón de fútbol. Desde que en Marsella dibujara las primeras pinceladas de genialidad, se supo que aquel talento tímido y callado de raíces argelinas acabaría siendo un grande. Lo fue como jugador y lo es como entrenador. Como deja claro Barthez, que conoce mucho mejor a Zidane que la galería de imbéciles que se limitan a presumir de conocimientos de fútbol gritando con supina ignorancia que lo suyo es cuestión de flor y de suerte, su auténtica personalidad, la de líder, apareció siempre que los suyos le necesitaron.

Eso mismo ha ocurrido en este Madrid que se rompía por fuera y por dentro cuando, hace un año, Zidane se hizo cargo del equipo. En un momento especialmente crítico, con el vestuario instalado en una doctrina peligrosamente caprichosa, el cambio de entrenador generó la recuperación de toda la genética vorazmente ganadora que el Real Madrid ha hecho legendaria. Desde entonces, los resultados se han encargado de ridiculizar a sus insoportables críticos. Lo que ellos llaman flor han sido unos huevos tan grandes como ese Bernabéu que asiste a otro ciclo de éxito y gloria que sólo está al alcance de los señalados.

Reconozco ahora, sin ningún rubor,  que no fui yo precisamente uno de los más significados optimistas con la llegada de Zidane al banquillo del Real Madrid. En aquel momento, cuando se hacía indiscutible la presencia de un liderazgo sólido e incontestable, la suya me pareció una apuesta sumamente arriesgada. El tiempo nos ha permitido comprobar que ese carácter introvertido y reservado escondía también la figura de líder a la que se refería Barthez. Porque hay que tenerlos cuadrados para asegurar desde el primer día que vas a jugar con la BBC y todos los buenos y, a renglón seguido, hacer de Casemiro una referencia incuestionable. Demostrar que se tienen huevos en lugar de flor es mirar a la cara a James y decirle que con esa actitud no se puede jugar en el Real Madrid. Hay que echarle huevos para convencer al presidente de la repesca de Morata cuando en Turin se han encargado de vender la imagen de un suplente que no es capaz de triunfar en la Juventus. Y más huevos hay que echar aun cuando miras al banquillo en uno de esos momentos en los que el partido lo tienes perdido del todo y dices eso de «calienta Mariano”» Y entonces Mariano te hace un gol, te arregla el partido y el memo de turno dice que tienes suerte.

La misma suerte que ha tenido al tener que buscar las más complejas soluciones ante las lesiones, algunas de ellas de larga duración,  de gente como: Keylor Navas, Pepe, Sergio Ramos, Marcelo, Casemiro, Modric, Kroos, Benzema, Cristiano Ronaldo y Gareth Bale. Es evidente que sólo un tipo con flor y con suerte, nada más que eso, puede ganar La Copa de Europa, la Supercopa y el Mundial de Clubes mientras sus jugadores más importantes se van lesionando. Sólo un triste analfabeto puede hablar de suerte cuando ganas más títulos de los partidos que pierdes. Sólo un insignificante y palmario mentecato puede hablar de suerte y de flor cuando uno de los mejores jugadores de la historia prefiere bajarse al barro de la Segunda División B con el Castilla para curtirse como entrenador en lugar de aceptar una de las muchas ofertas que le garantizaban el acceso directo al fútbol de máximo nivel. Sólo un cobarde y un mediocre puede hablar de suerte y de flor ante tanta demostración de conocimientos y huevos.

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Lo importante no es el tamaño del perro en la pelea. Lo importante, lo verdaderamente importante, es el tamaño de la pelea en el perro. Y yo tengo muchas ganas de seguir ladrando.