¿Y ahora qué hacemos?

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Y ahora, ¿qué hacemos? O, mejor dicho, ¿qué se tiene que hacer? Quizás la respuesta la encuentre en el ‘Manual del Perdedor’, si es que existe una guía de ese tipo. El problema es que este equipo se ha empeñado en maleducarnos y lo ha conseguido. Los tutores en los colegios, los padres en las casas y hasta los conferenciantes vendehúmos han hablado siempre de la importancia de saber perder e incluso que lo verdaderamente importante es participar. Los de Zidane han estado 40 partidos seguidos orinándose en palabrerías de ese tipo haciendo que cualquier aficionado madridista las vea más cursis que las frases del tipo «Mejor dragón majete que príncipe zoquete».

El Real Madrid es un binomio «felicidad-victoria» que no entiende de nada más. Solo existe eso y el resto no interesa. El único ‘pero’ de esta especie de religión -por la que rezamos antes y después de cada partido- es que cuando sucede lo contrario, los aficionados nos quedamos completamente desnudos ante la atenta mirada de todos aquellos Homo neanderthalensis antimadridistas que están esperando que el cinturón que normalmente utilizamos como látigo para azotarles, por una vez en mucho tiempo se desvanezca desde la hebilla hasta las babuchas y nos quedemos con la misma cara de tontos con la que llegaron ellos al mundo. En esa situación tan indefensa no sabemos si taparnos nuestros genitales para hacer autocrítica o colocarnos las dos manos sobre la nuca y gritar: «¡Una vez al año no hace daño!”»

Lo mejor que podemos hacer es una combinación de ambas. Me explico. Tenemos todo el derecho del mundo (y el crédito) de llevarnos una mano a la nuca y haciendo morritos mirar todavía por encima del hombro a cualquiera. Es cierto que se ha perdido, pero la dinámica, el juego y la tendencia nos da permiso para catalogar lo de Sevilla como un accidente, el cual ocurrió ayer en el Ramón Sánchez-Pizjuán del mismo modo que podría haber ocurrido contra el Deportivo en el Santiago Bernabéu. Ahora bien, también es lógico y entendible que con la otra mano nos tapemos ligeramente la entrepierna, aunque solo sea un testículo. ¿Por qué? Porque no todo es bonito de ver y menos de enseñar, o por lo menos es evitable, como el estacazo de Marcelo a Mariano previo al primer gol, la línea roja sobre la que Keylor Navas se balancea en los dos goles, el saque de banda ‘casillesco’ de Carvajal, el control ‘paquitoalcácer’ de Benzema y el karma de Sergio Ramos.

Lo que tenemos que hacer es seguir en esa línea. Con un entrenador vestido de ‘Supernanny’ capaz de enderezar al más travieso de la plantilla y con 24 hombres que no necesitan subirse a un altar para dar un rotundo «Si, quiero» a la afición y seguir convencidos de que pueden ganarlo absolutamente todo.

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Mientras intentas descubrir algo más sobre mí en estas líneas yo me ando paseando por algún lugar de Barcelona con el escudo del Real Madrid en el pecho. Desconozco si soy un valiente o un imbécil, pero me excita. Son tantos los que me miran mal como los que empatizan conmigo. Así que si algún día desaparezco que sepáis que o me han matado a palos o a besos. Y si eso ocurre… ¡Que nos quiten lo escrito y leído por aquí! Eso sí, ¿hablaréis bien de mí, no? ¡Más os vale!