Coma etílico

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El mejor año de nuestra historia tenía que acabar mal. Así estaba escrito. Destino o casualidad, me importa tres narices cómo llamarlo, pero eso pasó ayer sábado. Eso ha dolido. Eso nos ha matado un poco. Un año en el que lo hicimos todo (o prácticamente todo) bien, hemos decidido terminarlo como el rosario de la aurora. Un coma etílico para concluir la que era la mejor juerga de toda nuestra existencia.

Por suerte, el 0-3 ante el Barcelona ya descansa en el ayer. Muy cerca probablemente de otros resultados dolorosos que nos ha tocado sufrir en los últimos años. Éste, con un sabor muy distinto. No necesitaron ni ser superiores. No necesitaron al mejor Messi ni a su bota derecha (sí la mejor foto, que últimamente las colecciona). No necesitaron casi ni al mejor Ter Stegen. Solo nos necesitaron a nosotros, un equipo que ha tomado la decisión de dejar de creer en que tiene potencial para continuar siendo el rey del mambo. El único rey del mambo.

Siempre he pensado que solo mira por encima del hombro quien puede, que solo se cree el ombligo del mundo quien puede, que solo es del Madrid quien puede. Hace unos meses leía en una red social que lo verdaderamente importante es amar al Madrid y que amar conlleva siempre cierto grado de sufrimiento intrínseco, y más cuando la autoexigencia de ganar que nos imponemos los madridistas hace que incluso la mayoría de las veces no disfrutemos las victorias al considerarlas un mero trámite. Por esa razón ser aficionado de la entidad deportiva más cojonuda del planeta no es tan fácil como parece.

«Lo mejor que tiene el Madrid de toda la vida es que, como siempre tienes esa sensación de que vas a ganar, el camino -aunque a veces suframos- es muy bonito de recorrer», leía. Ayer sufrimos, sí, pero el camino que hemos recorrido este 2017 ha sido de rosas. Siempre hay piedras que te golpean el dedo meñique y te hacen ver las estrellas, pero… ¿Y todo lo demás? ¡No lo olvidemos! Hagamos autocrítica y caguémonos en la puta mil millones de veces, pero repito: no lo olvidemos.

El aficionado madridista crítico, alarmante, sincero y del todo insoportable (como yo, por ejemplo) solo quiere que el mejor club del mundo no baje al barro a codearse con históricos como Milán o Liverpool. Y no quiero que me malinterpretéis. Yo he visto y veré a mi equipo perder, pero quiero que esté siempre ahí. Quiero que los rivales nos esperen y nos teman siempre. Que los colchoneros sigan lagrimando por toda la crueldad a la que les hemos sometido. Que los barcelonistas sigan preguntándose cómo puede ser que en la era Messi el Madrid haya conquistado tres de las últimas cuatro Copas de Europa en juego. Quiero todo eso y más.

Para seguir provocando llantos y dolores de cabeza tenemos que pensar más en nosotros y menos en los demás. Más Isco, Asensio y Bale para Vermaelen y menos Kovacic para la sombra de Messi. Más meritocracia que Benzema. Menos vacas y más sagradas. Menos lirili y más lerele. Porque aunque lo importante es vivir el Madrid con pasión, usemos la razón para querernos más y mejor. Porque si algún día olvidamos qué defendemos y a quién representamos, moriremos del todo.

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Mientras intentas descubrir algo más sobre mí en estas líneas yo me ando paseando por algún lugar de Barcelona con el escudo del Real Madrid en el pecho. Desconozco si soy un valiente o un imbécil, pero me excita. Son tantos los que me miran mal como los que empatizan conmigo. Así que si algún día desaparezco que sepáis que o me han matado a palos o a besos. Y si eso ocurre… ¡Que nos quiten lo escrito y leído por aquí! Eso sí, ¿hablaréis bien de mí, no? ¡Más os vale!