Ve reservando pista, tío Juan

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Mi tío Juan se ha ido hace apenas hora y media, de repente, tras una infección que le ha destruído en dos semanas, o eso parece. No era excesivamente mayor, andaba entre los 65 y los 70, y ha dejado a mi familia gaditana, y no sólo a ella, destrozada. Él era de Jaén, y presumía de haber coincido con Joaquín Sabina en alguna fase de su educación escolar. Se casó con mi tía Emi cuando yo era un pipiolo, y me resultaba muy gracioso tener un tío profesor en esa época en la que un profesor era como Belcebú pero en cabrón, o incluso peor. Aunque mi tío Juan no era nada de eso.

Con mi tío Juan he vivido infinidad de anécdotas. Madridista hasta el tuétano y enfervorecido practicante del sillonball, juntos tuvimos la oportunidad de coincidir con Juan Antonio Corbalán justo tras la plata de los Juegos de 1984: en aquella época en Sanlúcar de Barrameda había casetas de playa y un par de ellas más a la izquierda que la de mi familia estaba él, con su mujer, pasando parte del mes de agosto. Después de los Juegos de Barcelona 92, disputamos un partido de voleibol tres contra tres con algunos amigos entre los que figuraba el seleccionador español, el cubano Gilberto Herrera. Un recuerdo imborrable. Jugábamos al tenis, al futbito, al baloncesto, a lo que se terciara. La edad le acabó pudiendo, claro, y sus lesiones de espalda le obligaron a, como mucho, caminar.

Pero mi tío Juan era, sobre todo, madridista. Desde la distancia, desde los 640 kilómetros de distancia entre mi casa y la suya, seguía mi trayectoria como socio del Madrid y como aquel periodista deportivo que fui y que escribía del Madrid. Lo hacía con esa mirada de quien trata de contener la envidia, y lo lograba: le podía más la ilusión de ver cómo aquel mocoso que utilizaba de revulsivo para oxigenar a su equipo de baloncesto de veteranos cuando ya no podían dar un paso había logrado contar cosas de su equipo favorito, y encima podía seguirle desde la distancia.

Disfrutó como un loco cuando en el 98 supo que iba a Amsterdam a ver el gol de Mijatovic y a levantar la Séptima, justo donde en un rato juega el Madrid. Y luego volvió a hacerlo en la Octava, la Décima, la Undécima y la Duodécima, las cinco que tuve el honor de estar. La última vez que le vi fue hace algo menos de un año: nos comimos un arroz con pato y unos camarones con huevos en una reunión familiar en la Venta el Raspa, en la Marisma del Guadalquivir. No me despedí de él, claro, porque no había que despedirse de nadie con su vitalidad, aunque bebiera Cruzcampo. Ahora ya no está, pero tiene un encargo: que vaya reservando pista. Para jugar a lo que quiera. Al tenis, al futbito, al baloncesto, al volei… Nos vemos pronto, Juan. Descansa en paz.

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Yo vi jugar a Del Bosque, así que llevo unos cuantos años yendo al Bernabéu. Socio desde 1986, mis recuerdos van ligados al Madrid del Di Stéfano entrenador, el de los cinco subcampeonatos, que me forjó en madridismo ante los malos tiempos, y al de la Quinta del Buitre, la poesía y las pelotas hechas fútbol. Desde 1996 dando la barrila en esto del periodismo deportivo, aunque hace años que es mi hobbie y no mi profesión.