TOT – LIV: 1099 días después

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Les va a costar 1099 días. Mil noventa y nueve. Que se dice pronto y se escribe rápido pero se hace eterno. En la noche del 1 de junio, a eso de las 22:50, tal vez sobre las 23:30 si hay prórroga y alrededor de las 23:50 si la cosa acaba desde el punto fatídico, el Real Madrid cederá su trono de Rey de Europa tres años y cuatro días después. Desde aquel penalti de Cristiano Ronaldo en San Siro ante el Atlético hasta hoy. Ese día todavía éramos jóvenes… En el Metropolitano, justo en Madrid pero en la otra orilla, Tottenham y Liverpool pelearán por heredear la corona que deja vacante el indómito (aunque este año ha sido más Bambi que gran guerrero) rey blanco.

Es un partidazo porque cualquier partido de una final de la Copa de Europa, por toda la parafernalia que rodea a un choque de estas características, lo es. Lo es además porque no sólo es la primera vez en seis años en que un equipo sin Cristiano Ronaldo o Messi puede ser capaz de ganar la Copa de Europa, sino porque el duelo entre dos equipos ingleses le dan a la competición una dimensión global que ningún otro equipo es capaz de darle. Y si encima a eso se le añade la presencia de dos entrenadores con carisma como Pochettino y Klopp, la presencia de jugadores de (casi) todos los continentes con papel preponderante en sus equipos (europeos, americanos, africanos y asiáticos) y de muchos de los jugadores dispuestos a asaltar el Balón de Oro hacen del partido un acontecimiento universal, desde cualquier prisma desde el que se acceda a él.

El partido será una guerra futbolística del más alto nivel. El Liverpool tiene sus armas igual de definidas que Klopp su sonrisa: radiante, profunda y que no varía bajo ninguna circunstancia. Es decir, presión asfixiante, intensidad desbordada y transiciones al galope. El Tottenham es un equipo con una labor táctica fabulosa dentrás, una suerte de camaleón capaz de vestirse con la piel que requiere el partido según las circunstancias del mismo. Pero el camaleón de los Spurs no sólo tiene los ojos saltones, sino que esconde un maletín de médico con toda suerte de bisturís que son capaces de diseccionar todo lo que se le pone por delante.

En el escudo del Tottenham aparece un gallo, ave doméstica. En el del Liverpool, un cormorán, ave acuática. Sólo uno de los dos pájaros quedará en pie para levantar al cielo de Madrid esa copa con orejas que casi, casi, tararea el himno de su Real (el de las mocitas, claro) cada vez que la sacan de paseo. Esta vez le tocará bailar, ay, con otro.

 

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Yo vi jugar a Del Bosque, así que llevo unos cuantos años yendo al Bernabéu. Socio desde 1986, mis recuerdos van ligados al Madrid del Di Stéfano entrenador, el de los cinco subcampeonatos, que me forjó en madridismo ante los malos tiempos, y al de la Quinta del Buitre, la poesía y las pelotas hechas fútbol. Desde 1996 dando la barrila en esto del periodismo deportivo, aunque hace años que es mi hobbie y no mi profesión.