INT 0 – 2 RM: La herrería de Lucas Vázquez

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Es imposible comenzar a escribir algo sobre fútbol justo en el día en el que su mayor representante en la tierra desde 1980, Diego Armando Maradona, decidió irse a gambetear al patio de San Pedro. Para alguien como yo, nacido en los 70, Maradó no era solo un futbolista. Era EL futbolista. Nadie jugó como él, y nadie lo hará. Con el enviado del Dios del fútbol a la Tierra de regreso a los cielos, Inter y Real Madrid afrontaban en el Meazza una final por la Champions 2020-2021 y, como todas las finales, las ganó el Madrid, con goles de Hazard y de Rodrygo y sin sufrir. Este equipo tiene estas cosas.

En el desgraciadamente el día de Maradona, emergió la figura de Lucas Vázquez. El gallego, vapuleado y vilipendiado por una parte del madridismo que no valora a los que siempre han sido denominados «jugadores de equipo», se marcó un partido tremendo. En su línea, por cierto. A Lucas no se le pueden pedir gambetas como a Vinicius, pases imposibles como los de Benzema, goles como se le pedían a Cristiano o las paradas de Courtois, el cambio de ritmo de Hazard, la distribución de Kroos o la visión periférica de Modric. Tiene algo que no tienen todos los anteriores: que ha mamado el Real Madrid desde chiquitito y sabe de qué va esto. Puede estar tres meses sin jugar, que el día que sale, cumple. No sacará nunca un diez, tampoco un suspenso, y siempre se moverá entre el seis y el ocho. Ante el Inter fue un ocho, largo.

Su partido fue de trabajo a destajo, como siempre. De apoyo inquebrantable a su lateral, de apoyo en corto en la ofensiva, de despliegue físico en la presión. Y encima, un disparo suyo se estrelló contra un poste de Handanovic y le dio la asistencia al recién entrado Rodrygo para el 0-2 definitivo. Igual que no llora cuando lo insultan, Lucas tampoco sacará pecho cuando lo borda. Hace su trabajo y punto. Se llama madridismo.

El mismo Real Madrid que cuando la carretera picaba para arriba de verdad, y el partido ante el Inter era el Tourmalet, se agarró a las orejas de la Copa de Europa como sólo un trece veces campeón puede hacerlo. Hazard, de penalti, puso el partido de cara nada más empezar tras un penalti cometido por Barella ante Nacho. Vidal se autoexpulsó con la cresta oliendo a cable quemado. Y el partido fue justo lo que el Madrid necesitaba, más allá de que alguien decidió presentar a Lukaku como a Thor y no es para tanto: un buen delantero, con un físico imponente, y gracias.

El Madrid ganó, pero con ese aire estajanovista que adorna sus días desde la pasada temporada. Ha pasado de ser un orfebre a un herrero, cada partido es un repujado de hierro que necesita unos cuantos martillazos para acabar bien forjado. No es lo más divertido del mundo ni mucho menos, pero cuando el resultado queda pintón, con Courtois apenas apurado en una jugada en todo el partido, un remate de Perisic, pues tan ricamente. Los octavos de final están ahí, al alcance de la mano. A partir de ahí, será otro cantar.