ELC 1 – 1 RM: Una uva sin pelar

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Parecía un partido regalo y al final fue la puñetera uva número doce, la que impide que cumplas con las campanadas del nuevo año. Esa que te meten a traición sin pelar y con pepitas. El Elche, que acudía como cenicienta al duelo con un Madrid en racha, logró empatar (1-1) a base de hacer su juego, defender y atacar sólo si se alineaba Júpiter con Saturno y con una botella de Reflex del congelador. Más allá de la rarísima actuación arbitral, el Madrid no mereció más que eso, el empate, que vuelve a descolgarle de la lucha por Laliga pese a todo lo que queda por jugarse.

Al Madrid pareció tocarle un regalo navideño en el Martínez Valero, y lo recibió sigilosamente, a lo amigo invisible, sin dejar nada a cambio. El Elche tiene unas limitaciones tremendas en ataque, y en defensa hace lo que puede, así que parecía una bicoca para los de Zidane y el guión parecía seguir cada línea ya escrita. El francés apostó por Asensio y Marcelo por la banda izquierda, y la entrada de ambos se notó y para bien: fueron un soplo de aire fresco después de la tacada de partidos consecutivos con Mendy en el lateral y Rodrygo o Vinicius alternado más adelante.

La entrada de Marcelo le dio a los blancos algo de lo que han carecido durante todo lo que llevamos de temporada: fantasía. El brasileño apareció mucho mejor físicamente que en otras comparecencias del curso, apareciendo por dentro y por fuera, y dándole a su equipo una opción extra en ataque que sirve para desmadejar defensas del mismo modo que se mondan mandarinas. Zas, zas. Un zapatazo de Marcelo al larguero, llegando de segunda línea aprovechando el espacio que le dejó un Benzema tirado a banda, fue su sello de presentación. Atrás, obvio, cometió algún error de esos tan suyos. Pero este Marcelo es el que ha venido siendo el mejor lateral izquierdo mundial de los últimos veinticinco años, y que deje pinceladas de lo que fue es una muy buena noticia.

También dejó una buena noticia Asensio, lo cual no es poco. El balear parecía sumido en una espiral autodepresiva, que no autodestructiva: cada vez menos encarador, menos metido en dinámica, menos agresivo en ataque… Pero en el minuto veinte, se sacó, tras una pérdida en salida del Elche, un latigazo tremendo que Edgar Badía logró desviar con la yema de los dedos al larguero. El rebote lo clavó Modric con un certero cabezazo en la escuadra ilicitana. Era el 0-1, y de ahí al final del primer acto, sólo existío el Madrid. El Elche con una defensa muy hundida, incapaz de sobrepasar la presión madridista salvo en contadas ocasiones y, cuando lo lograba, la precipitación hacía estériles sus intentonas. El Madrid tampoco es que hiciera mucho más: controlar cómodamente e intentar generar peligro, sin éxito. Como sería la cosa que, aparte del gol de Modric de cabeza, la otra gran ocasión de los blancos en el Martínez Valero fue de Kroos… también con un testarazo. Sólo faltaba Lucas Vázquez jugando al golf y al cedido Gareth Bale grabando un mensaje navideño en perfecto castellano con acento gallego.

Y de repente, la comodidad del partido desapareció, como cuando tras las uvas se te sienta el cuñado (o cuñada) brasas a tu vera y te empieza a pegar la chapa sobre inversiones en bitcoins o la política globalista de la economía agraria de Turkmenistán. Un absurdo y clarísimo penalti de Carvajal a Barragán le supuso al Elche la oportunidad de empatar, y Fidel no perdonó desde el punto de fusilamiento. 1-1. Y ahora tocaba acelerar, y casi salir echando chispas cuando Lucas Boyé se tropezó con el poste izquierdo de Courtois en la primera ocasión en juego abierto de los franjiverdes. Pero aparte de cargarse de tarjetas, tampoco el juego invitaba al optimismo: el criterio del primer tiempo desapareció y el dominio se le había alborotado demasiado.

Una llegada de Carvajal que sacó Edgar Badía con un paradón fue lo más peligroso que creó el Madrid hasta el final del encuentro. Un remate al bulto de Ramos, varios centros laterales que no alcanzaron rematador… Pero agua. De hecho, el partido acabó con una defensa de Courtois a lanzamiento de falta de Verdú, sobre el silbatazo final. No, no hay forma de tomarse las uvas tranquilo. Queda mucha Liga, pero este traspié se digiere peor que las uvas sin pelar.