RM 1 – 1 RSO: Petardazo y a la olla

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Un empate (1-1) que no sirve para nada, salvo para alejarse de nuevo del liderato liguero y para hacer aparecer de nuevo a todos los fantasmas con el derbi del domingo asomando por el horizonte y la alargada sombra del Atalanta flotando por el ambiente. El Real Madrid, brioso y vigoroso en la primera parte, logró una igualada milagrosa al final del partido tras ser sorprendido por una Real que sorprendió a los de Zidane en el arranque del segundo acto. Los blancos, que abusaron de una manera exagerada de los centros a la olla como único recurso ofensivo, se marcaron un petardazo cuando por fin parecía que su motor comenzaba a ir fino. Otro espejismo.

Y eso que el Madrid cuajó una primera parte de un muy buen nivel. Pero como a las tartas de los aprendices, faltó algo: el gol. El equipo de Zidane tiene entre una de sus carencias estructurales la falta de gol, y ante la Real quedó, por enésima vez, al descubierto. Esta vez no fue falta de actitud, ni de ganas, ni de empuje y, ¡oh, cielos!, ni de fútbol. El balón corría (cosa que con Isco en el campo es de verdad meritorio), los jugadores buscaban desmarques, el equipo apretaba en la salida del rival… Pero sin gol.

Las dos mejores ocasiones blancas en el primer acto acabaron en el larguero realista. Un cabezazo hacia abajo de Mariano dentro del área pequeña que pegó en Gorosabel no se sabe muy bien cómo y salió como un cohete hacia arriba hasta empotrarse con el palo superior de la meta de Remiro. Y a la vuelta de esa jugada, que acabó en córner, Varane remató en escorzo y el balón besó el larguero tras una parábola de ciencia ficción.

No, la suerte no estaba a favor de los blancos. Pero el centro del campo funcionaba a la perfección, de nuevo el trío Modric-Casemiro-Kroos controlando el juego a su antojo, y en la retaguardia Varane y Nacho estaban que se salían. La Real, sin Merino ni Illarra, estaba más preocupada de defender que de atacar, y sólo un par de galopadas salvajes de Isak, un par de sutilezas de otra década de Silva y la pujanda de Oyarzábal (sobre quien Casemiro pudo cometer un penalti al poco de comenzar el partido, pero ni el colegiado ni el VAR lo vieron) dieron sensación de peligro. Sobre todo, en las transiciones: a este Real Madrid le cuesta media vida correr hacia atrás en cuanto se supera su primera línea de presión, y dos años después cuesta creer que vaya a tener remedio.

El mazazo llegó al poco de comenzar el segundo acto. La Real salió mucho mejor al campo que en los cuarenta y cinco minutos anteriores. Más afilada. Y a la tercera fue la vencida: un tremendo centro de Monreal lo cabeceó fenomenalmente, aprovechando la torrija de Mendy al cerrar su zona y cambiando la trayectoria del balón al otro poste. Zidane no se lo pensó mucho: fuera los tres de arriba, los inoperantes Mariano y Asensio y, sorpresa, Isco, que estaba cuajando un buen encuentro, de lo mejor de su equipo. Dentro Rodrygo, Vinicius y Hugo Duro.

Desde ahí, el Madrid fue un alumno aventajado de un restaurante vanguardista. Balón que pillaba, balón que iba a la olla. Poquísima elaboración, mucho empuje, ganas todas las del mundo. Pero poquísimo fútbol organizado, búsqueda de espacios o calidad individual. Balones a la olla y Casemiro como mayor peligro de los blancos, pero esta vez con el punto de mira muy desviado pese a disponer de dos remates francos, aunque la Real también daba sustos de vez en cuando. Sí, Casemiro, que ejerció de nueve de emergencia.

Sobre la bocina, en un centro a la olla cómo no, Vinicius recogió un centro de Lucas Vázquez y fusiló desde la frontal del área pequeña el empate. Pero conviene no celebrarlo siquiera demasiado: sirve de poco, de muy poco. Para lo único que ha servido es para meter más miedo ante el derbi del domingo y sobre todo, ante la visita de un Atalanta que pudo ver cómo el Madrid, en su casa, tiene demasiada carne a la vista como para pensar en no poder hincarle el diente.