RM – OSA: Rodrygo I El Cartujo hace al Madrid campeón

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Un brasileño silencioso, que no monta fiestas rarunas, ni matrimonios falsos en París. Que no es el rey del escándalo. Que es puntual, guapete, aseado y exquisito en el trato. Y encima tiene la capacidad de operar a quien se le ponga por delante, sacar el bisturí y dejarle sin vesícula. Es Rodrygo Goes, Rodrygo I Rey de la Cartuja, autor de los dos goles con los que el Real Madrid conquistó la vigésima Copa del Rey de su historia tras derrotar (2-1) a Osasuna en un buen partido de fútbol que el Madrid volvió a llevarse por su capacidad de amarrar siempre los pequeños detalles.

Decíamos en la previa que el Madrid es un tiburón, y en Sevilla demostró su carácter de escualo (que no escuálido) en cuanto vio el primer trozo de carne flotando en un lavabo de La Cartuja. Era el minuto dos, Vinicius recibió el balón con el doble lateral de Arrasate aún midiendo posiciones y el brasileño no perdonó: penetró como cuchillo en mantequilla y sirvió a Rodrygo para que el Niño Maravilla hiciera el 1-0 cuando no habían roto a sudar ni los aspersores.

Pero esa jugada no fue la tónica general del primer tiempo, pese a que Vinicius, que acabó el primer acto con amarilla después de inciendiar a Osasuna con su fútbol, llevarse varios palos y acabar fuera de sus casillas como tantas otras veces, estaba formidable. Los de Arrasate presionaban arriba, y al Madrid le costaba un mundo sacar el balón jugado con cierto criterio. Con Benzema absolutamente desconocido, sólo los dos brasileños en ataque le daban empaque al Madrid. Porque el brasileño en defensa, léase Militao, estaba desastroso.

Desastroso en la salida de balón, desastroso midiendo a la hora de encimar y como en tantos partidos de estos meses de abril y mayo, tan fuera de cacho que comete errores groseros que no cometería un cadete de segundo año. Un error monumental ante Abde dejó al canterano herculino-barcelonista solo ante Courtois, pero se apareció Carvajal (dijo bien «se apareció», porque fue una aparición mariana) para sacar bajo palos. El Madrid se salvaba, aunque también perdonó a Osasuna en dos acciones: un remate de Vini, quién si no, que se marchó besando la cruceta izquierda de Sergio Herrera y un remate, éste sí contra esa misma intersección de poste y larguero, de Alaba. Pam. Pero no entro.

Osasuna era una especie de Vinicius, porque era un equipo incordiante, que iba e iba y no dejaba respirar, aunque sólo creaba peligro a balón parado. El descanso le llegó al Madrid en un momento en el que necesitaba aire, pero no lo encontró en los vestuarios porque compareció tras la reanudación absolutamente desconectado del partido. El tanto de Lucas Torró, el canterano que le gustaba a Zidane, igualó la contienda y castigó la apatía blanca. El lobo rojillo había esperado a su momento y lo aprovechó.

Pero volvió a aparecer Rodrygo I, el Cartujo. El brasileño que no es dado a la samba y la algarabía, sino a la meditación trascendental y al recogimiento, pero para aparecer justo cuando su equipo más lo necesita. El paulista es una bendición soberana. Otro jugadón de Vini, que se activó justo a partir de esa jugada, error tremendo de la defensa de Osasuna y Rodrygo no perdona, porque no se lo permite su religión. 2-1. Era el minuto 70, pero la suerte estaba echada. Osasuna acusó el golpe, y ya no volvió a tener el punch necesario para inquietar a Courtois. El Madrid funcionó mejor, sin el inoperante Tchouameni sobre el campo, con Camavina en el medio y no de lateral. La final estaba cerrada. La final de Rodrygo I El Cartujo.