Florentino Pérez debe marcharse inmediatamente. No puede seguir ni un minuto, al igual que Carlo Ancelotti y media plantilla. Han demostrado que no sirven. El presidente blanco erró de nuevo en su intento por conseguir la Décima. De nada le ha servido convertirse en una especie de Rey Midas futbolístico si todo el dinero que consigue, que es desorbitado, sí, no se traduce en la Liga de Campeones, el título al que el Real Madrid debe aspirar por encima de todos los demás, el que está obligado a ganar un ejercicio tras otro sin derecho a fallar ni una sola vez. Por muchos millones que consiga -repetimos, y son muchos, de hecho el Madrid es el club deportivo de mundo entero que más ingresos genera gracias a su gestión- la victoria le regatea una y otra vez. Lo más que ha conseguido es pasar de presidir un equipo semifinalista a un equipo finalista. Poco es. El Florentinato debe acabar.
Pero no sólo Florentino ha vuelto a tropezar al confeccionar una plantilla que no se ha mostrado competitiva a la hora de la verdad, tampoco en la Liga que tiró por guardar fuerzas para, después, hacer el ridículo en la final de Lisboa con ellas. También Ancelotti ha sido incapaz de motivar a sus jugadores, que se arrugan en momentos decisivos como ese día D a la hora H, una final que, por poderío económico y calidad individual de la plantilla, tenía que haberse llevado de calle. Por lo menos por cuatro goles a uno, o algo así. Con lo que gana, Sergio Ramos debería haber marcado esa oportunidad de oro, a la salida de un córner, que disfrutó a los 92 minutos y 47 segundos de partido, y no rematar fuera.
El Atlético demostró del minuto 1 al 95 ser un conjunto muy superior, marcando un golazo en la primera parte gracias a una genial anticipación de Godín a Khedira, y resistiendo perfectamente, sin demasiados apuros, los envites infructuosos y pusilánimes del Madrid durante la segunda mitad. Un Madrid que siempre supo que el gol del empate no llegaría. Un Madrid sin fe, que nunca se lo creyó del todo. Un Madrid acabado como proyecto. Hasta con Mourinho competían mejor.
Tampoco los jugadores blancos, obviamente, pueden salir indemnes del lance. Los 100 millones pagados por Gareth Bale se antojan una obscenidad habida cuenta de que el galés sólo ha servido para darle al equipo blanco un título menor como es el de la Copa del Rey, y casi sobre la hora, una victoria que vale muchísimo menos que si el gol letal hubiera llegado, digamos, en el minuto 70. Porque todos saben que los goles, cuanto antes se marcan en el partido, más valen.
Cristiano Ronaldo es otro de los futbolistas que ha fracasado, incapaz durante cuatro temporadas de llevar a su equipo a la final, y en Lisboa, a la quinta tentativa, impotente a la hora de levantar una Orejona que sólo ha podido ganar una vez en su carrera, y en la tanda de penaltis. Es el final definitivo de una plantilla que no ha dado la talla en su obsesiva persecución de la Décima Copa de Europa. Marcelo, Coentrao, Di María, Isco, Carvajal, Benzema, Modric, Khedira... ninguno de ellos mostró la entereza mental ni la calidad futbolística necesaria en Da Luz para merecer vestir la camiseta de un grande venido a menos que, probablemente, no pueda levantarse de la derrota de Lisboa durante muchos años, los largos años que pasarán hasta que gane una Décima que no provoca ya más que sorna y compasión en quienes no son madridistas. Que cada vez son más.
Enhorabuena por llegar hasta aquí. Dejen de tirarse de los pelos y olviden lo que acaban de decir o pensar de quien les escribe. No. No me he vuelto loco. Lo que quería contarles es que este texto que acaban de dejar atrás, o algunos muy parecidos, se habían perpetrado en varios de los ordenadores portátiles con los que se trabajaba desde la tribuna de prensa de Da Luz el 24 de mayo. Estaban casi listos para ser publicados cuando el marcador señalaba el minuto 92 de partido. El gol de Sergio Ramos, ese cabezazo que, por supuesto, sí entró, obligó a borrarlo todo, en muchos de esos casos con gran pesar, y a cambiarlo de arriba a abajo. Bueno, incluso a día de hoy se pueden leer algunas aberraciones. Habrá que perdonarlas por el exceso de bilis, que provoca ciertos efectos no deseados. Es una lucha inútil
El cabezazo de Sergio Ramos derrotó de forma cruel, sí, pero también totalmente merecida, a un Atlético de Madrid que se adelantó en el marcador de rebote y a duras penas pudo contener el empuje de un Madrid que mereció empatar mucho antes. Un equipo, el Real, que llevaba tres temporadas haciéndolo absolutamente todo por ganar la Décima. Partido a partido también. Cayendo en semifinales por motivos diversos. Porque el fútbol es fútbol. Es un juego, no matemáticas. Una competición donde dos quieren y pueden triunfar. Porque, por bien que lo hagas, cuando el rival es de entidad, puedes ganar o perder. Porque un cabezazo puede entrar, ser interceptado por el portero, dar en el poste o salir fuera. Y esa es la reflexión, y no otra, que quería hacer. Que los dos finalistas habían completado una soberbia temporada por el mero hecho de estar en Lisboa, independientemente de quién ganara. Porque dieron el máximo para levantar esa Champions durante todo el año. Porque el Atleti, en la derrota, se le han valorado con justicia sus méritos. Y ojalá conquiste muy pronto ese trofeo que, ahora sí, Europa le debe. Pero al Madrid, de haber perdido, se le hubiera machacado, injustamente, con alevosía y saña.
No siempre es así, hay muchos ejemplos. Pero esta vez, además, la Orejona la levantó el mejor equipo del mundo. Que lo era de igual manera aunque no hubiera entrado el cabezazo de Sergio Ramos. Por fortuna, por poética, por justicia, por suerte o por cabalística, entró. Hacía tiempo, además, que este grupo lo perseguía y lo merecía. ¡Enhorabuena!