A dieciséis puntos del líder de la Liga, todo un mundo, y con las sensaciones olvidadas: el Madrid que el año pasado era un guante de seda que escondía un puño de hierro se ha quedado ahora en un pay-pay que de vez en cuando sirve para aliviar pero que no pasa de ser un sucedáneo de un buen aire acondicionado. Ni en defensa, ni en transiciones ni en ataque el equipo ha llegado a entrever más que en contadas ocasiones algo de lo mostrado continuamente durante la Liga de los Récords.
Así que toca apretar los dientes, unirse, mirar al compañero y entender qué es lo que necesita y estar dispuesto a hacer lo que sea para aliviar su trabajo y descargarle de presión. El Madrid tiene que volver a ser un equipo para volver a ser mágico, ese regalo para todos los aficionados madridistas que no hace tanto, apenas siete meses, sacaban pecho por la trigésimo segunda.
Con el equipo deshilachado atrás y con la duda de la portería, Arbeloa, Varane, Carvalho y Nacho tendrán que vérselas con una delantera que se está mostrando en plena forma hasta el parón invernal y donde destacan Carlos Vela y Griezmann. Borja Pardo, que lleva sonando con insistencia para reforzar la cantera de Valdebebas desde hace casi dos años, partirá desde el banquillo. Pero esta Real es muy buen equipo, pese a la campaña mediática descarnada que ha tenido que soportar Phillippe Montanier, si en Madrid los portugueses son mal mirados, en Donosti lo francés da yuyu, pese a que el técnico galo cumple de sobra con los mimbres que tiene.
Unos mimbres que, en cualquier caso, deberían ser insuficientes si Cristiano Ronaldo, Di María, Özil y Benzema, que de nuevo formarán el cuarteto ofensivo blanco, consiguen que la magia vuelva a fluir sobre el césped del Bernabéu. Hay que ganar, sí, pero sobre todo recuperar sensaciones. Decidir, en el día de Reyes, si hasta junio iremos a lomos de un brioso corcel o por el contrario tendremos que ir al trote de un dromedario que de vez en cuando dejará caer un juguete.