Porque Bale, que estrelló un balón en el palo con 0-0, fue vital, trascendental en una remontada que quién sabe si puede valer una Liga. Porque el Madrid quedó desnudo frente al espejo ante un Rayo que salió al campo con el colmillo retorcido que fue capaz de bailar a un equipo blanco que hacía aguas cada vez que le tocaba defender. Embarba, aprovechando un error garrafal de Danilo ante Bebé y un despiste de Varane, y posteriormente Miku, con toda la defensa madridista pensando en si abrir el paraguas porque empezaba a jarrear en vez de en defender, pusieron al Madrid 2-0 abajo antes de que se cumpliera el cuarto de hora de partido.
El Madrid era un guiñapo en manos del Rayo, incapaz en todas sus líneas bajo el aguacero de Vallecas. Navas tuvo que salvar en dos ocasiones el tercero de los locales mientras la Liga se escapaba a chorros del estadio de Vallecas. Pero el Madrid tuvo un golpe de fortuna. Primero, porque Bale machacó con su superioridad aérea el 2-1 cuando peor pintaban las cosas, de cabeza tras un córner, y después porque Benzema se tuvo que retirar con molestias en el muslo derecho y entró Lucas Vázquez.
El gallego es un seguro de vida. Mientras otros reclaman minutos con caritas, gestitos, desplantes y sobre todo siendo transparentes, Lucas lo da todo. Le saldrá bien o mal, pero lo da todo. Y su entrada, añadida a que Isco encontró una zona desde la que moverse con libertad y crear peligro, le cambió la cara al Madrid, que entró arrollador en el segundo tiempo buscando la machada. El propio Lucas marcó un golazo tremendo, también de cabeza, tras un gran centro de Danilo. Y cuando todo parecía mucho más calmado, el partido se atascó.
Para todos menos para Tiger Bale. Cogió una brizna de césped, la lanzó al aire, vio de dónde venía el viento y, en la que tuvo, decidió sacar al Madrid del bunker en el que se había metido para rematar su segundo gol de la tarde cuando el partido alcanzaba su final, un eagle que bien puede decidir una Liga y que al menos mantiene al Madrid en la pelea.