Lorenzo fue un presidente de luces y sombras, pero también el presidente de Amsterdam y París, y eso se lo agradeceré eternamente. Llegó a la presidencia acusado casi de un golpe de Estado contra Mendoza; tuvo que sobrevivir el final de La Quinta del Buitre (que como todos los finales de una era soberbia fue escandalosamente estruendosa); instauró sin querer La Quinta de los Ferraris y del Dolce Far Niente que ganó dos Champions; los medios promendoza y proflorentino le señalaron por presuntamente gastarse el dinero del club jugando al parchís o viajando a Brasil de juerga para traerse a desconocidos como Ognjenovic o Petkovic… Sí, Lorenzo fue masacrado mediáticamente.
Pero también tuvo luces, muy fuertes, que en aquel entonces pasaron casi inadvertidas entre tanto fuego cruzado. Puso dinero de su bolsillo para asegurar la supervivencia del club; supo rodearse de un equipo que le permitió traer a Madrid a Mijatovic, a Seedorf, a Suker, a Roberto Carlos…; le birló al Atlético a ese chico con el 7 que luego llegaría a ser Raúl; se obcecó en construír un centro comercial anexo al estadio para aumentar los ingresos tanto en día de partido como en días sin actividad, y lo consiguió; se le ocurrió que la publicidad estática, antaño aquellas vallas de metal que rodeaban el campo, podrían ser dinámicas, que los anuncios rotasen y así generar más ingresos por publicidad…
Sí, posiblemente hiciera algunas cosas mal, seguro. Pero también hizo otras muchas fantásticas, abriendo caminos económicos inexplorados que con el tiempo acabaron dándole la razón. Y, por encima de todas las cosas, era madridista. De los de verdad. De alma y corazón. Justo lo que se parte cuando el coronavirus, el puto coronavirus, decide llevarse a Lorenzo Sanz Mancebo. Descanse en paz, presidente.