La contracrónica: Los cordones bien abrochados

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Europa. Múnich. Allianz Arena. Pijama. Chanclas azules con calcetines verdes. Casa nuestra. El Real Madrid gana en Alemania y acumula tres victorias consecutivas en los últimos años donde los árboles ardían. Los bávaros no perdían en casa desde la última visita del Madrid. Hoy quizás no merecían caer derrotados, pero el monstruo de nuestro club en Champions se traga la justicia sin masticar. La engulle de un bocado. Llevamos los dientes repletos de sangre de tanto morder. Nada de esto tiene explicación científica. Ni la tendrá. Todo sigue igual.

No sé si moriremos la semana que viene en casa ante el Bayern, si Salah en una posible final nos estampará en la lona o si el final de este nuevo viaje por Europa terminará como los dos anteriores: en Cibeles. De verdad, soy incapaz de predecir algo. Pero tengo la certeza de que este equipo, pase lo que pase, terminará la temporada con las botas puestas y con los cordones bien abrochados. La Champions que están haciendo los de Zidane es magnífica. PSG, Juventus y ahora Bayern. Un equipo que tiene problemas, que necesita aire fresco en algunas zonas del campo, que comienza a dibujar canas, pero que los cambios prefiere hacerlos con resaca. Al final de la temporada los dirigentes se sentarán para debatir cuál es el impulso que necesita este proyecto y si lo pueden hacer con una ‘Orejona’ presidiendo la mesa, mejor que mejor.

Hoy hemos sufrido muchísimo. En la primera mitad nos ha costado entrar y cuando se ha logrado tener el control, un contragolpe lanzado por James ha terminado con gol de una de las muñequitas preferidas de Guardiola: Kimmich. A partir de ahí, fatiguitas y manos en los ojos para no ver nada. Película de terror hasta un minuto antes del descanso, momento en el que Marcelo ha cogido de la pechera a Europa y le ha vuelto a colocar los pies en el suelo. Necesitábamos el descanso como el comer y ese gol ha sido el mejor aperitivo posible. Un piscolabis que nos ha mermado la hambruna de cara a la segunda mitad, pero nadie dijo que iba a ser fácil. No era día de caviar, sino de ganchitos.

El equipo necesitaba un lavado de imagen y nadie mejor para dárselo que el guapo de la plantilla: Asensio. Un futbolista, como siempre digo, atípico. Le das un equipo de Jémez y se empalaga. Ahora bien, en las grandes citas se desenvuelve como un crío pequeño en una iglesia. Hace ruido, corretea por dónde quiere y le da igual que los mayores tomen la palabra, él grita siempre más. Genera desconcierto. Si no lo sacas de ahí, se carga la iglesia. Y hoy se la volvió a cargar. Un mano a mano con el portero y se la pica por encima con tremenda dulzura, casi riéndose de Ulreich. Después, vueltecita ante el respetable señalándose el nombre de un futbolista llamado a marcar una época. Que nadie diga después que no avisó.

Quedan 6 días para la vuelta en el Bernabéu y se me van a hacer eternos. Sigo pensando que Kiev está demasiado lejos y que las ucranianas no son tan resultonas como dicen. Quizás el martes lo pasemos mal. Es probable. Pero solo sufre quien está. Yo por estos cabrones lo doy todo. Me han hecho muy feliz siempre y el día que toque llorar, lo haré a su lado. Esto es fútbol. 22 tíos corriendo detrás de un balón. Mi vida. No intentéis entenderlo. Ni os esforcéis. No merece la pena.

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Mientras intentas descubrir algo más sobre mí en estas líneas yo me ando paseando por algún lugar de Barcelona con el escudo del Real Madrid en el pecho. Desconozco si soy un valiente o un imbécil, pero me excita. Son tantos los que me miran mal como los que empatizan conmigo. Así que si algún día desaparezco que sepáis que o me han matado a palos o a besos. Y si eso ocurre… ¡Que nos quiten lo escrito y leído por aquí! Eso sí, ¿hablaréis bien de mí, no? ¡Más os vale!