El fútbol de la señorita Pepis

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Cuando quien aporrea teclas para redactar estas líneas era un crío, existía (creo que aún existe) una gama de juguetes para chicas que llebaban el nombre de Señorita Pepis. El centro de belleza, el maletín de enfermera, el decoraflor, el tricotram… Todo eran juguetes que fomentaban la realización de una actividad individual pero a la vez exportaban una imagen de perfección que hizo que en el lenguaje coloquial cualquier cosa que intentara parecer seria pero no fuera más que un juguete pasara a ser «de la señorita Pepis». Y así nos ha quedado el fútbol de esta segunda década del Siglo XXI: un fútbol de la señorita Pepis. Un fútbol que intenta parecer serio, que intenta hacer ver que es perfecto pero que lo único que ha conseguido es desprenderse de su gran sello de identidad: la pasión. Ahora es un producto de gran consumo. Que no es poco, pero sí es poquísimo comparado con lo que era antes.

A comienzos de esta década, el madridismo aplaudía a un portugués que llegó al Madrid y recuperó esa pasión, sin entrar en el detalle de si estuvo bien o mal entendedida. Cada partido con el Barcelona era una guerra (deportiva). Cada situación con la Federación, LaLiga o los árbitros, una afrenta que merecía romper relaciones diplomáticas. Si un señor de otro equipo ganaba un Balón de Oro, se aplaudía hasta la extenuación que los de blanco no fueran porque, para hacer de figurantes, que contratasen a otros. Los gestos de «foda-se» o «solo robar y robar» subían la temperatura de la afición del equipo madridista. Pero ahora, apenas siete años después, todo eso ha cambiado, propiciado por unos medios de comunicación pastueños, vendidos al mejor postor y más preocupados por el clickbait y el branded content que por informar. Y que están llevando al fútbol al abismo al ser cómplices de la mamandurria. Pan para hoy y hambre para mañana.

Ahora el fútbol es de la Señorita Pepis. Un croata del Madrid se marcha a París a hacerle los coros a un jugador argentino del Barcelona que gana un Balón de Oro y, en vez de ciscarse en toda su estampa, le regala una tarde-noche de baño y masaje. Y la afición y Prensa que antes aplaudían el no ir, ahora aplauden el que hayan ido. Un tipo del Alavés hace un corte de mangas en Mendizorroza y poco menos que hay que condenarle a prisión más años que al Chicle, en vez de alabar que todavía quedan tipos con alma y no robots desmilitarizados. Como espectador no se puede decir un taco dentro de la rivalidad habitual existente en un campo de fútbol durante los 90 minutos que dura un partido porque llega LaLiga y te cruje, cuando hace no demasiados años el Bernabéu, ése público que los pocohechos que pululan por las redes sociales detestan, supo expulsar a Stoitchkov de un partido tras soliviantarle tanto que el búlgaro perdió los papeles. El césped tiene que tener una determinada altura, el campo unas determinadas dimensiones y sin barro, hay decenas de cámaras observando todo lo que pasa en el campo, desterrando la posibilidad de sacar de quicio a un rival usando todas las tretas, legales y no legales, a tu alcance…

Sí, han convertido el fútbol en el fútbol de la señorita Pepis. Desapasionado, infantiloide, donde un pinturero regatedor de tres al cuarto es más valorado que un futbolista de pelo en pecho, de los de verdad, de los que se parte el alma por su equipo. Un fútbol para que los que intervienen de ese negocio se forren mientras permiten que el cáncer de las apuestas deportivas convierta a una legión de chavales en ludópatas. El fútbol ha pasado de ser un juego a un juego… de azar. Sin pasíón, mecanizado y con ludópatas. El fútbol de la señorita Pepis. Un fútbol infame.

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Yo vi jugar a Del Bosque, así que llevo unos cuantos años yendo al Bernabéu. Socio desde 1986, mis recuerdos van ligados al Madrid del Di Stéfano entrenador, el de los cinco subcampeonatos, que me forjó en madridismo ante los malos tiempos, y al de la Quinta del Buitre, la poesía y las pelotas hechas fútbol. Desde 1996 dando la barrila en esto del periodismo deportivo, aunque hace años que es mi hobbie y no mi profesión.