VAL 4 – 1 RM: Esperpento en Mestalla

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Si a don Ramón María del Valle-Inclán le gustase el fútbol tanto como a sus nietos Daniel y Gonzalo (socios del Madrí, por cierto) y hubiera estado en Mestalla viendo el Valencia-Real Madrid no les quepa la menor duda de que hubiera escrito un Luces de Bohemia futbolístico (o más bien, de esta especie de fútbol con videoarbitraje que tenemos ahora) ambientado en los sucesos acaecidos en el estadio valenciano. El Madrid, que no empezó mal el partido y se empezó adelantando, acabó palmando por tres penaltis en contra marcados por Carlos Soler y un gol en propia meta de Varane. Dolorosísma derrota 4-1 y una sensación de abandono terrible. La dejadez de funciones de parte de la plantilla es absolutamente insoportable y así no se puede ir a ningún lado.

El partido fue un Tratado de Fútbol Moderno para dummies, que es como se le podría llamar al Esperpento valleinclanesco balompédico vivido. Tal cual. Zidane, con las ausencias covidianas de Casemiro y Hazard (alguien dijo que si el belga fuera autónomo facturaría menos que Navidul en Arabia Saudí, por cierto) apostó por meter en el once a Isco y a Vinicius, además de a Marcelo (por Mendy) y a Modric (por Kroos). En principio, un once de garantías para afrontar a este Valencia que durante el verano ha parecido un baratillo de centro comercial: si en vez de la casa de apuestas que le patrocina llevara de publicidad en la camiseta «Gran Mercadillo Singapurense» nadie se extrañaría demasiado.

Pero estábamos con el Madrid y con lo del fútbol moderno. Sin necesidad de presionar demasiado arriba pero con Ramos en capitán general haciendo el campo muy corto, la defensa adelantadísima, los de Zidane manejaban el partido sin demasiadas apreturas. Domenech desbarataba las ocasiones (pocas, porque falta un rematador) de los rositas (¡qué espanto de camiseta del Madrid!) y sólo Vinicius, que parecía vivir en otro planeta como si el partido no fuera con él, y Asensio, que parece un jugador apesadumbrado al que despista hasta el vuelo de una musaraña a cincuenta kilómetros, desentonaban. Pero le bastaba al Madrid. Campo estrecho, movilidad del centro del campo y… ¡pam! Buen gol de Benzema ayudado por un rebote apenas perceptible en casi todas las repeticiones (incluyendo la que aquí le ofrecemos) en Hugo Guillamón. El 0-1 hacía justicia a lo visto sobre el campo…

Pero si quieres justicia, toma dos tazas. Lucas Vázquez cometió un penalti de furriel de guardia, al sacar la mano a la remanguillé en un centro de Gayá que parecía ir a ningún lado y se desencadenó el caos. Es decir, el VAR. Justicia, llaman a este estropicio que sólo ha ayudado a destrozar el fútbol. Lanzó desde los once metros Carlos Soler, detuvo Courtois, el rechazo lo remató de nuevo Soler encontrándose con el palo y el segundo rebote lo embocó por fin Yunus Musah. Pero apareció el VAR. Musah había entrado en el área antes de que Soler lanzara el penalti, por lo que el gol debía ser anulado. Pero el VAR desvelaba también que Lucas Vázquez andaba pisando la línea (que es parte del área), así que Gil Manzano ordenó repetir. Y esta vez sí, Soler marcó. Cinco minutos de parón, de esperpento, de charlotada televisada. A esta porquería le llaman fútbol, y así llegó el 1-1.

El VAR no había concluído ni mucho menos su aparición estelar. Una jugada que comenzó con Asensio desplomándose en el centro del campo, el balear está cada día más flojeras, acabó con un centro de Maxi a ningún lado que intentó despejar Varane. El balón fue hacia la portería, Courtois manoteando sacó el balón… Pero el videoarbitraje determinó, con razón, que la pelota estaba dentro de la portería. 2-1. Dos veces VAR. Otra vez un par de minutos de parón. Y otra vez el fútbol arrastrado por el fango. Sí, dos decisiones justas, pero aquí no nos hemos escondido nunca: a favor o en contra, el VAR es indigno de un deporte profesional. Esperpéntico.

La segunda parte remató la función valleinclaniana de Mestalla. Dos penaltis más contra el Madrid en cuarto de hora. El primero cometido por Marcelo sobre Maxi, el segundo una mano de chiste de Sergio Ramos ante a Yunus Musah. Los dos transformados, sin repeticiones, invasiones ni desembarcos, por Carlos Soler, que logró un hito terrible: un hat-trick de penalti en el mismo partido. Increíble.

Zidane, con el 4-1 en contra, pareció enterarse por fin de que eso que había en Mestalla sobre un campo verde bien cortado era un partido de fútbol y que él era el entrenador. Quitó del campo a Vinicius y a Asensio para meter a Odegaard y a Rodrygo y el Madrid comenzó a jugar con un par de jugadores exta. Todavía aguantaba Isco no se sabe bien por qué y Mariano acabó debutando mientras Jovic, el de los 60 millones, entraba un rato después. El Madrid achuchó algo a Domenech, pero era un cadáver de rosa. El cadáver rosa aquel del «fútbol justo» que querían los dummies. Y de nuevo, justo en un parón de selecciones con diez días para criticar, se vuelve a meter en la enésima crisis de los últimos años. Que nos pillen confesados, pero sin VAR. Y si es con Valle-Inclán, mejor.