ALM 1 – 3 RM: El martillo es Bellingham

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No tendrá un nueve, que habrá que ver qué pasa a lo largo de la temporada porque algunos pensamos que el nueve es Rodrygo. Pero con nueve o no, el Madrid tiene un martillo, una apisonadora, una bomba atómica. Se llama Bellingham, y no le hace falta tener ninguna influencia en el desarrollo del juego para llegar al área, aprovechar dos balones sueltos y reventar al rival. El Madrid, que comenzó perdiendo en Almería, le dio la vuelta al resultado para acabar ganando 1-3 con dos tantos del inglés y otro de Vinicius. No fue el partido más bonito del mundo, pero los tres puntos suman igual.

El partido comenzó como comienzan las peores pesadillas de cualquier madridista: con un error defensivo pantagruélico en una transición que permitió a Sergio Arribas, hasta hace diez días la joya de la corona de La Fábrica de Valdebebas, cabecear a placer para superar a Lunin. Pim, pam. Minuto tres y el viaje del Madrid a Almería comenzaba pareciendo un paseo en el Tren de la Bruja. Toma escobazo.

Pero tampoco fue para tanto. El Madrid, este Madrid 23-24 sin nueve de referencia, es una especie de tuneladora de Gallardón, de cuadrilla de operarios de mantenimiento de carreteras con sus apisonadoras y máquinas de asfaltar. Cierto es que no es una cosa así como estética, ni fluida, ni parece algo por lo que merezca la pena dejarse 200 euros en una entrada de momento, pero es como un postre de un restaurante de la costa: en vez de muerte por chocolate, esto es ahogo por estrangulamiento.

Y eso que no estaba Camavinga. El Madrid comenzó a ‘llegar’, que es ni más ni menos que a rondar el área rival, hasta que apareció Bellingham y el inglés, aprovechando un control con el hombro, un rebote y una posición que parecía dudosa pero que el VAR mostró que era legalísima, hizo el empate. Los de Ancelotti iban e iban, con Vinicius como en San Mamés sorprendentemente desacertado y con Rodrygo inadvertido, pero sin tino. Eran minutos madridistas, sin ocasiones claras, pero hasta la pausa de hidratación el equipo blanco se mostraba muy superior. El partido parecía inclinarse a favor de los visitantes.

 

Pero algo le dieron de beber a los blancos que les sentó mal, porque el tramo final del primer acto fue un abuso del Almería. Lunin, titular quién sabe si por última vez mientras Kepa se va haciendo al club y a los compañeros, sacó dos buenas manos a Luis Suárez y a Robertone, y el Almería gozó de no menos de cuatro ocasiones para marcharse por delante en el marcador. Pero quien marcó fue, en el interminable e injustificable alargue del primer tiempo, Kroos, con un putt de esos dignos de Augusta. El VAR intervino para señalar una falta (clarísima, por otro lado) de Carvajal un rato antes de la coronación de Carlos III y el tanto fue anulado. Así que al descanso se llegó con empate y con la sensación de que al Madrid aquello se le estaba haciendo muy largo.

Siempre Bellingham

Y se le siguió haciendo largo en el arranque del segundo tiempo, porque no conseguía tener el control del juego. El Almería llegaba, demasiado incluso, pero el equipo blanco ha encontrado una bomba nuclear este verano. Un pase de Kroos al área lo cabeceó a gol Bellingham ante la pasividad de Maximiano y de la zaga almeriense, justo a la hora de juego. De los cinco goles del Madrid en LaLiga, tres son del inglés, que no participa demasiado en el juego pero cada vez que aparece es para poner explosivos y dinamitar algo. Es tremendo lo de este chico.

El primer doblete del internacional inglés con la camiseta blanca tranquilizó al Madrid, que además vio cómo Vinicius, con un rebote en un zaguero rival, materializaba el 1-3 y daba la traquilidad a los de Ancelotti tras un partido repleto de sobresaltos. En esa etapa, las transiciones al galope de Valverde fueron trascendentales.

El partido murió ahí. Ancelotti metió a Camavinga y a Modric para amarrar el balón y todo acabó. Jugaron también Joselu, Brahim (que dejó un bonito detalle en un autopase) y Lucas Vázquez, que luego dicen que Ancelotti no hace nunca cinco cambios. Es cierto que el Madrid no enamora, pero pega como si le fuera la vida en ello. Quizás no es bello, quizás no es estético, pero va dejando cadáveres a su paso sin sufrir demasiado. El martillo, de momento, lo lleva Bellingham.